domingo, 14 de febrero de 2021

Parte +18 de Sombras Partidas

 



Mi cuerpo se encendió como si estuviera en llamas, sentía el calor recorrer cada poro de mi piel, incluso podía notar el fuerte rubor de mis mejillas. No podía evitarlo, me estremecía con cada palabra que salía de su boca.

Se quitó el polo que llevaba puesto y pude apreciar por unos instantes los perfectos abdominales que tenía, cayéndome la baba por esa V que se formaba en el comienzo de sus pantalones, invitando a bajárselos de golpe. Mi cuerpo se electrificó, casi estaba convulsionando, el deseo que sentía por él era inmenso y me consumía por dentro, le necesitaba dentro de mí, ahora.

No pude contemplarlo como me hubiera gustado porque se echó nuevamente sobre mi cuerpo, pegando su piel sobre mi camisa. Volvió a besarme con pasión, pero esta vez no se detuvo mucho rato, prefirió detenerse para desabotonarme la camisa y quitármela, dejando a la luz mi sujetador negro. Luego me quitó los pantalones, arqueé mi cuerpo para ayudarle a deshacerme de ellos y me dio un beso en el dibujo del tanga que llevaba a juego con el sujetador.

Al levantar la cabeza me miró sonriendo y acabé de rendirme por completo, esa sonrisa haría temblar hasta a la monja más pura. Por un instante me preocupé mirando su miembro, el cual estaba cogiendo un tamaño bastante importante ¿tendría que ayudarle a mantener su erección? ¿Tendría que…chupársela? Daniel pareció captar mi duda al verme mirar hacia su entrepierna.

—No es necesario, tú solo relájate y disfruta, la protagonista de este momento eres tú — jadeó —. Solo tú, Alma.

—Daniel… — gemí.

—Sus ojos brillaron con fuerza, noté como traga saliva con dificultad — ¿Qué me has hecho, Alma? Mira como me pones solo por ver tu cuerpo e imaginarme todo lo que te voy a hacer en unos segundos — dijo mientras acercaba mi mano hasta su erección, completamente preparada y lista para mí.

Esta vez me besó realizando un recorrido por mi cuerpo, empezando por mi boca bajando hasta mi cuello, hombros, entre los pechos y ombligo. No pude evitar jadear cuando me abrió las piernas con firmeza y me besó en la zona de las ingles. Todo mi cuerpo se contrajo, incluso podía notar como empezaba a humedecerme. Mi mente comenzaba a nublarse, perdiendo la capacidad de raciocinio, solo podía pensar en tenerle dentro de mí. Mi mente por un instante recordó el sueño que había tenido el día de mi borrachera y lo que había sentido en sueños. Dios, esto era mil veces mejor, insuperable.

Entonces apartó mi tanga haciendo un lado con sus hábiles dedos y me hizo abrir los ojos de golpe, llena de placer. Estaba explorando mi interior con su lengua, haciéndome retorcerme del gusto.

Cuando se levantó para intentar besarme en la boca de nuevo, aproveché para tirarle de los pantalones, dejando entrever el comienzo de su entrepierna a punto de explotar.

—Nunca antes nadie me había puesto así, solo tú, Alma — gruñó, tirándome del pelo para que le mirara directamente a los ojos —. Eres mía, nena, siempre.

En cualquier otro momento lo hubiera dudado, pero esas palabras bastaron para encenderme más y hacerme sentir la mujer más poderosa del mundo. Nunca había imaginado que se podía sentir este deseo, estas ganas de fundirme con el cuerpo de Daniel y sentir emociones que ni siquiera sabía que rondaban por mi ser.

Le miré a los ojos y vi su brillo, ese que te sale cuando tienes delante a la persona que amas de verdad, cuando has encontrado a la persona que te complementa y te hace feliz, aquella persona con la que desearías pasar el resto de tu vida. Mi corazón volvió a encogerse de nuevo, «Daniel…qué has hecho conmigo» pensé para mis adentros. Tenía muchas ganas de decirle que nunca antes había sentido estas sensaciones, que este deseo solo lo sentiría con él, nadie más lograría encenderme como Daniel lo hacía, nadie más podía hacer que me enamorase así, estaba loca de amor por él. Sí, finalmente lo había admitido pero me daba miedo decírselo, «Te amo»…

Le besé y él me correspondió gimiendo mientras iba enlazando su lengua con la mía. Con un solo movimiento me quitó el tanga y me puso a horcajadas encima suyo, sintiendo toda su dureza en una zona que si seguía así, iba a terminar ardiendo de calor.

Para tentarle, empecé a mover mis caderas en círculos. Daniel abrió los ojos y dejó escapar una sonrisa traviesa, mordiendo su labio con fuerza.

—Así que con que esas tenemos ¿eh? Prepárate porque no tendré piedad — me amenazó con voz ronca.

Gemí ante sus palabras, provocando el efecto de humedecerme aún más, Dios…que preparaba estaba para él. Se giró dejándome caer en la cama con su cuerpo encima de mí, se quitó el bóxer y se puso un preservativo que tenía guardado en la mesita.

—Por favor — le supliqué mirándole a los ojos, acariciando su cabello —. No puedo más.

Daniel gimió en respuesta — Levántate y ponte a cuatro — dijo con voz una voz llena de deseo.

Me estremecí solo de pensarlo, era la primera vez para mí en esa postura y, aunque nunca me había entusiasmado, solo con escuchar su orden mi cuerpo ya se había preparado, quedándome expuesta para él.

Me separó más las piernas y después de dejar un leve beso en mi trasero entró, al principio suave pero después la metió entera de golpe. Gemí con fuerza ante la presión, nunca antes me habían hecho eso. Podía sentir la adrenalina por mis venas, la curiosidad por saber cómo se iba a mover, qué iba a hacer, qué iba a sentir…

—¿Sigo?

—Sí — contesté tragando saliva. Me relamí el labio inferior, estaba empezando a quedarse seco por la sensación de calor.

Empezó moviéndose despacio, aún podía sentir su cuerpo pegado al mío. Cerré los ojos dejándome llevar por las sensaciones y sus oleadas, oyendo sus cortos jadeos cada vez que llegaba hasta el fondo. Pero al poco cambió el ritmo, los movimientos suaves se transformaron en embestidas, sus manos pasaban de estar sujetas en mi cintura a clavarse en mi trasero. Gemí más fuerte, casi chillando, sentía como sus testículos chocaban con mi cuerpo y sus jadeos se volvían más intensos, estaba empezando a perder el control.

Me sujeté a las sábanas de la cama, temía caerme por la fuerza de sus movimientos de cadera. Apremié a Daniel al notar que ya estaba cerca de acabar, podía notar la sensación abajo, como si se tratara de un cosquilleo muy placentero. Él paró de golpe, haciéndome girar la cabeza y mirarle con el ceño fruncido. Sentía mis mejillas encendidas por el placer, incluso temía que la humedad que tenía entre las piernas fuera bajando.

—Encima, ahora — ordenó con lujuria.

Se sentó encima de la cama con las piernas cruzadas y me cogió de la mano para ayudarme a colocarme. No me quejé por haber parado antes, no me gustó pero sabía que lo había hecho por provocarle. Una vez dentro comenzó a moverse, pero esta vez no cambió el ritmo. Se movía de forma constante, como si estuviera siguiendo el ritmo de una canción.

No tardé mucho en volver a sentir ese hormigueo, esa sensación que me hacía moverme más deprisa, buscando llegar al clímax. Daniel sonrió y me besó por la oreja derecha, succionando el lóbulo con fuerza. Entonces pasó a besarme los pezones y a moverse un poco más rápido, sujetándome por los hombros.

Qué sensaciones…qué placer. Estaba volviéndome loca ante sus gestos de amor y deseo hacia mí, nunca me había sentido tan sexy, tan poderosa, notaba que podía explotar en cualquier momento. Apresé sus labios con los míos con un ansia viva, me pegué todo lo que pude a su cuerpo, notando como su sudor se mezclaba con el mío. Me sentía loca por él, loca por su cuerpo y por esa sonrisa tan suya que hacía que mis piernas flaquearan, ya no había vuelta atrás, estaba rindiéndome ante él, solo estaba Daniel en mi mente, nadie más.

—Haz lo que quieras conmigo Daniel — ronroneé —. Soy tuya.

Pude sentir como se enloquecía con esas palabras, sus besos se hicieron aún más intensos, aún más calientes. Dios…como le necesitaba. Noté como su lengua intentaba encontrar la mía con anhelo, con desesperación, y la mía accedió sin quejarse. Ambos podíamos sentir la pasión que nos consumía, que nos atrapaba como si no existiera nada más que no fuéramos él y yo.

Frenando el beso, me acerqué a su oído, en venganza, y le dejé escapar mi último gemido antes de soltar un sonido ronco, desde lo más profundo de mi ser, y dejarme caer apoyándome completamente sobre su pecho, haciendo que él soltara el  gemido más profundo y placentero, tremendamente masculino y varonil, haciéndome estremecer por completo. Había acabado también.

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